Iglesia de Juquila

Guía para una peregrinación fructífera

La peregrinación es un camino de oración. En cada una de las etapas, la oración deberá alentar la peregrinación y la Palabra de Dios deber ser luz, guía, alimento, apoyo. La partida de la peregrinación se debe caracterizar por un momento de oración (la Eucaristía, el rosario, etc.), que no se deben descuidar a lo largo del camino; durante el peregrinar la reflexión y el silencio son necesarios; la última etapa del camino se debe caracterizar por una oración más intensa; es aconsejable que cuando ya se divise el Santuario, el recorrido se haga a pie, procesionalmente, rezando, cantando, expresando la alegría de participar de ese encuentro con nuestro Dios, como dice el salmo 122 “Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor…”

Al llegar al Santuario hacer con mayor intensidad la oración, el silencio; la permanencia en el Santuario deberá constituir el momento más intenso de la peregrinación y se corresponderá con el compromiso de conversión, convenientemente ratificando en el sacramento de la reconciliación; las expresiones particulares del agradecimiento, la súplica, la petición de intercesiones, según los objetivos de la peregrinación, y de manera especial la participación en la Santa Misa.

La peregrinación

En la tradición cristiana, es el viaje de un creyente a un santuario, o a un lugar sagrado, esto se puede dar de distintos modos, a pie o a través de medios de transporte (bicicleta, motocicleta, automóvil, autobús, etc.); es ir al encuentro de lo sobrenatural en un lugar donde se participa de una experiencia especial, es ir de lo profano a lo sagrado.

En la Biblia se nos habla de la peregrinación: los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, van a Siquem (cfr. Gn 12, 6-7; 33, 18-20), Betel (cfr. Gn 28, 10-12; 35, 1-15) y Mambré (Gn 13,18; 18, 1-15), donde Dios se le manifestó y se comprometió a darles la “tierra prometida”.

El Sinaí, monte de la teofanía a Moisés (cfr. Ex 19-20), se convierte es un lugar sagrado, todo el camino del desierto tiene el sentido de un largo viaje hacia la Tierra Santa de la promesa. Jerusalén, convertida en sede del Templo y del Arca, pasó a ser la ciudad-santuario de los hebreos.

También Jesús se dirigía habitualmente a Jerusalén como peregrino (cfr. Jn 11, 55-56). Durante una reunión de peregrinos en Jerusalén, de “judíos observantes de toda nación que hay bajo el cielo” (Hech 2,5) para celebrar Pentecostés. La Iglesia inicia su camino misionero.

La peregrinación es esencialmente un acto de culto: el peregrino camina hacia el santuario para ir al encuentro con Dios, para estar en su presencia, para abrirle su corazón, pidiendo la intercesión, la mediación de la Santísima Virgen María.

En el Santuario resuena la voz suplicante del necesitado, el gemido del afligido, pero también el júbilo agradecido de quien ha obtenido gracia y misericordia. Por eso no hay que perder de vista la alabanza, la adoración, la acción de gracias, la manda, la imploración, pero también la petición de perdón.

El Santuario

Es un templo u otro lugar sagrado al que, por un motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles, están dedicados a la Santísima Trinidad, a Cristo el Señor, a la Virgen, etc.

El santuario, es un signo de la presencia activa y salvífica del Señor en la historia y un refugio donde le pueblo de Dios, peregrino por los caminos del mundo hacia la Ciudad futura (cfr. Heb 13,14), restaura sus fuerzas para continuar la marcha. Su importancia radica en los frecuentes signos de misericordia que suceden en él como lugar privilegiado de la asistencia divina y en nuestro caso, la intercesión o mediación de la Virgen María.

El Santuario de nuestra Señora de Juquila, llamado así por el lugar donde se encuentra, está dedicado a la veneración a la Santísima Virgen María bajo la advocación de la Inmaculada Virgen María bajo la advocación de la Inmaculada Concepción (fiesta del 8 de diciembre), que popularmente se le conoce con el título de NUESTRA SEÑORA DE JUQUILA.

¿Y después de la peregrinación?

La conclusión de la peregrinación se caracteriza por un momento de oración, los fieles darán gracias a Dios por el don de la peregrinación y pedirán al Señor la ayuda necesaria para vivir con un compromiso más generoso la vocación cristiana, una vez que hayan vuelto a sus hogares. El peregrino ha querido llevarse algún “recuerdo” (reliquia) del santuario visitado, se debe procurar que las imágenes y los objetos de culto transmitan el auténtico espíritu del lugar sagrado que se ha visitado y nos continúen relacionando con Dios.

Que nuestro peregrinar sea fructífero

Desde la fe somos “Iglesia peregrina”, es decir caminamos hacia la patria celestial, para ello necesitamos recorrer el camino con fe, con esperanza y caridad, sólo así podemos llegar al cielo, alcanzar nuestra salvación en medio de la angustia, la fatiga del camino, el llanto de la vida; anhelamos el gozo de la felicidad, no como resignación, sino como compromiso cristiano, como aquel que se siente responsable de vivir los criterios del Evangelio.

Por eso la peregrinación tiene un sentido penitencial, de conversión, de cambio de toma de conciencia de nuestro propio pecado y el deseo de alcanzar la libertad y darle un mejor sentido a nuestra vida, por eso es una oportunidad para buscar el sacramento de la reconciliación, de la confesión. Cuando la peregrinación se realiza de modo auténtico, el fiel vuelve del santuario con el propósito de “cambiar la vida”, de orientarla hacia Dios más decididamente.